8/6/13

La Tercera Revolución Industrial: Desempleo, Exclusión y Precarización


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Todo aumento de la productividad, todo invento o avance para reducir el trabajo necesario, se convierte en un peligro para la humanidad. La “destrucción creativa” se ha convertido de hecho en “creación destructiva”

Entrevista a Robert Kurz (2 de septiembre de 2012)

¿Que es lo que diferencia la presente crisis respecto a las precedentes?

 "El capitalismo no es un eterno círculo sino un proceso histórico. Cada gran crisis acontece en un determinado nivel de acumulación y de productividad superiores a los de la crisis anterior" ... "Las crisis anteriores se superaron porque el capitalismo no había alcanzado todavía su máxima expansión. Un espacio interior quedaba aún disponible para el desarrollo del sistema" ... "Sin embargo, tras la 3ª revolución industrial, al capitalismo ya no le queda espacio para una nueva fase real de acumulación"

Según usted, el capitalismo se está acercando a su fin. ¿Estamos, por primera vez en la historia confrontados a la posibilidad de superar el capitalismo?

"Una intervención apropiada podría haber permitido parar la marcha del capitalismo en cada uno de los estadios de su evolución. La socialización de la producción hubiera tenido una forma sobre la cual no podemos decir nada porque nunca tuvo lugar. Enfrentar al capitalismo no es una cuestión de necesidad objetiva, sino de conciencia crítica. Ni las revoluciones del siglo XVIII y principios del XIX, ni tampoco el viejo movimiento obrero, ni los movimientos sociales de las últimas décadas, han sido capaces de engendrar dicha conciencia. Por el contrario, la forma capitalista se ha internalizado más y más en la sociedad. La situación es la que es y sería inútil deplorar las batallas perdidas del pasado. Si el capitalismo se enfrenta en la actualidad a su límite histórico absoluto, esto no significa que, dada la falta de conciencia crítica, la emancipación no pueda fallar también esta vez. Pero el resultado ya no va a ser una ulterior etapa de acumulación sino, como Marx apuntó, la caída generalizada en la barbarie".

Revoluciones industriales


Entre los economistas historiadores es habitual hablar de tres revoluciones industriales. La primera 1760-1830, en la que se desarrolló la energía de vapor y los ferrocarriles. La segunda, desde los 1860s hasta la 1ªGM, en que se desarrolló y generalizó el uso de la electricidad, la combustión interna, el agua corriente, los cuartos de baño interiores, las comunicaciones, el entretenimiento, los productos químicos y los derivados del petróleo. La tercera que se inició en los años 1970s, la de la micro-electrónica y la digitalización, y en la que se introdujo el uso generalizado de las computadoras en todos los sectores económicos y en los hogares, la Internet, la robotización y los teléfonos móviles... Algunos analistas que relaciona las revoluciones industriales a los desastres ecológicos vinculadas a ellas, subrayan también la industrialización de China como un elemento sustantivo de la 3ª Revolución Industrial.

La revoluciones industriales y las crisis de sobroproducción


En capitalismo, las innovaciones, los inventos, las mejoras técnicas que disminuyen el tiempo de trabajo, la aparición de nuevas máquinas domésticas que prometen hacer más fácil la vida, …, acaban complicándonos más la vida, aumentando más el tiempo de trabajo, reduciendo aún más los salarios, y, lo peor de todo: desempleando y excluyendo a muchos y amenazando de desempleo y exclusión al resto.

En todos los casos, la introducción y proliferación de innovaciones técnicas revolucionarias significaron un aumento cualitativo de la productividad del trabajo y la consecuente caída de los precios de los productos. El aumento de la productividad redujo los puestos de trabajo necesarios para un mismo nivel productivo. En un corto lapso de tiempo, muchas plantas industriales e incluso sectores enteros quedaron obsoletos y quebraron. El aumento del desempleo deprimió los salarios con lo que la demanda se colapsó y se entró en una espiral de crisis de sobreproducción. Las primeras revoluciones industriales generaron las mayores olas de emigración de la historia. Millones de trabajadores expulsados de los núcleos industriales y agrarios europeos se vieron en la necesidad de emigrar a otros continentes para sobrevivir.

Aunque las revoluciones industriales provocaban graves trastornos socioeconómicos, reforzaban por otra parte la capacidad de expansión del sistema. Las formaciones capitalistas avanzaban sobre los raíles del ferrocarril y los tendidos de las nuevas líneas eléctricas hasta los más recónditos confines del planeta, y tras ellas, los emigrantes volvían a encontrar empleo, cobrar salarios, establecer sus familias, y a participar de nuevo, como consumidores, en el sistema. La ampliación de los mercados compensaba las funestas consecuencias de las revoluciones industriales que, al final, y a pesar de los trompicones, acababan figurando como hitos del progreso de la humanidad en los libros de historia.

Las paradojas de la tercera revolución industrial


Como en el caso de las otras revoluciones precedentes, la brillante ilusión posmoderna que despertó la Tercera Revolución Industrial respecto a nuevas formas de "trabajo inmaterial" en una nueva “sociedad de la información” basada en nuevas relaciones entre el capital y el trabajo, con una mayor "autodeterminación" de los trabajadores, etc., se acabó traduciendo, como era de esperar en capitalismo, en una oscura realidad de desempleo masivo, subempleo, auto-explotación y precariedad generalizada.

La Tercera Revolución Industrial, por la naturaleza de su alta mecanización y robotización, significa que una proporción cada vez mayor de la población va resultando excluida del proceso de producción, mientras que los que se quedan trabajando, aceptan una remuneración cada vez menor ante el temor de resultar también ellos excluidos. La Tercera Revolución Industrial ha generado una progresiva irrelevancia del costo de mano de obra en los costos finales de producción (un iPad de primera generación de 500 $  incluye apenas  33 $ de mano de obra de fabricación, de los cuales el ensamblaje final en China representa sólo  8 $).

Al igual que las fábricas de algodón aplastaron a los telares manuales y el modelo Ford T dejó sin trabajo a todo el sector de transporte de tiro animal, las tecnologías digitales han sacudido el sector de medios de comunicación, han liquidado los negocios de intermediación y de venta al por menor, han vaciado de administrativos las oficinas y diezmado las fábricas, sembrando desempleo y exclusión por doquier.

A diferencia de las revoluciones anteriores, esta tercera revolución acontece en un momento en que una expansión adicional del sistema resulta ya imposible. El sistema se enfrenta a dos barreras totalmente infranqueables: Una interna puesto que es imposible expandirse más allá de la misma “globalización” y otra externa ante el  agotamiento de los recursos, graves problemas de polución y catástrofes biológicas y medioambientales.

Tecno-utopías y monopolios

Sin embargo, las tecno-utopías y el ilusionismo posmoderno de la 3r Revolución Industrial no parece que pierdan fuelle: “Las fábricas del futuro ya no van a estar llenas de máquinas y trabajadores con mono azul. Muchas serán absolutamente limpias y permanecerán casi desiertas. Como ocurre ya en muchos casos (plantas hidroeléctricas, ...) la mayoría de los puestos de trabajo ya no estarán en la planta de la fábrica, sino en las oficinas cercanas, que estará llenas de diseñadores, ingenieros, informáticos, expertos en logística, personal de marketing y otros profesionales. Los trabajos de fabricación del futuro requerirán más habilidades. Muchas de las tareas repetitivas aburridas quedarán obsoletas.”

Estos brillantes análisis huyen de una contradicción interna cada vez más evidente para todos. Si la entrada de mano de obra humana es cada vez menos significativa en la producción de mercancías, y los salarios representan cantidades cada vez más pequeñas respecto a los capitales destinados a la producción (la amenaza de exclusión fuerza los salarios a la baja, incluidos los de los famosos “diseñadores, ingenieros, informáticos, expertos en logística, personal de marketing,...”), ¿quién exactamente va a comprar estos productos y con qué salario? ¿Cómo va la gente a subsistir en un capitalismo sin trabajo?

Los tecno-utópicos también tienen la respuesta para esto. La situación del capitalismo actual es susceptible de reconducirse:

Internet ha propiciado la desintermediación comercial y la aparición de redes sociales de distribución.. Ello, combinado con el perfeccionamiento de la impresión 3D y la posibilidad de la libre fabricación modular, ¿podría representar una oportunidad para los excluidos a partir de un retorno a las formas de la pequeña producción mercantil y el trabajo artesanal, donde los trabajadores volverían a poseer los medios de producción? ¿Una manufacturación modular, peer-to-peer, de código abierto y fácilmente replicable, de sólidos que se producirían en base local y en respuesta a las necesidades de una comunidad específica, y que podría extenderse a otras muchas otras áreas como la fabricación de automóviles, de muebles o de ropa? Con la propagación de estas nuevas tecnologías modulares los empleos deslocalizados volverían al suelo patrio. La economía colaborativa, los trabajadores pasando a ser empresarios de si mismos, las cadenas de suministro abandonando el marco cerrado de la gran corporación para volver un mercado libre lleno de nuevos emprendedores. 


Pero en estas altisonantes disertaciones hay un factor clave y determinante que nunca aparece: los monopolios, criaturas que ganan peso con las revoluciones industriales y sobre todo con las crisis de sobreproducción que aquellas generan. La Tercera Revolución Industrial y sus crisis asociadas, han propiciado la transnacionalización y la hipertrofia monopolista a escala global, de forma que apenas queda ningún resquicio que pueda escapar a su penetración y control. A diferencia de las computadoras, el "reinicio" no funciona para el capitalismo.

Como ha ocurrido con la producción y comercialización de alimentos orgánico-ecológicos "alternativos" (las grandes superficies monopolistas ya tienen operativas sus respectivas secciones para capturar este particular segmento del mercado global), estas tecno-utopías acaban siendo capturadas rápidamente por un sector en auge en el que el monopolio constituye su misma esencia y razón de ser. Se trata de las "compañías plataforma". Compañías que crean "plataformas de mercado" donde cualquiera puede intercambiar bienes y servicios. Amazon, eBay, Google, Facebok, Uber, WorkFusion, etc., acaban conformando un nuevo sistema de subcontratación y auto-explotación tipo “putting out system” (como en el caso del género de punto en el área de Módena), destrozando, de paso, lo poco que queda en pie del pequeño comercio arrasado por las grandes superficies. En la práctica se trata de una variante del sector informal en auge, variante en la que son las "plataformas" monopolistas las que cobran los impuestos que dejan de cobrar las administraciones públicas. Hace tiempo que las escuelas de negocios han puesto el ojo en la base de la pirámide, donde va a parar la gran mayoría de la población del planeta. Allí también es posible hacer negocio (microcréditos, etc.) 

Marx o Schumpeter


La dura realidad de las revoluciones industriales ya fue observada por Marx. Fue él, y no Schumpeter, quien señaló por primera vez el fenómeno de la "destrucción creativa" de la sociedad industrial, observando que en el censo británico de 1861 las nuevas industrias de la Segunda Revolución Industrial eran, en términos de empleo, comparativamente menores que sus antecesoras de la Primera Revolución Industrial. Marx estudió los casos de las fábricas de gas, telegrafía, la fotografía, la navegación a vapor y los ferrocarriles. En todos los casos los avances en mecanización y automatización de estas industrias habría reducido el empleo desde 1.000.000 a no más de 100.000 trabajadores.

Posteriormente Marx señaló que las industrias de la Segunda Revolución Industrial en Inglaterra no habían absorbido casi nada del trabajo expulsado. De ahí sus expectativas respecto a una trayectoria secular de disminución de la demanda de fuerza de trabajo. El paro forzaba la caída de salarios y la demanda con las consecuentes crisis de sobreproducción.

Las revoluciones industriales aumentan la productividad y la capacidad productiva. Esta hipercapacidad se enfrenta a la reducida capacidad de consumo de la población (excluidos o con sueldos menores) y genera una crisis de sobreproducción que expulsa y excluye sectores enteros de la población del sistema productivo como material humano obsoleto.

Schumpeter también advirtió el fenómeno, pero argumentó que esta “destrucción creativa” durante las crisis era capaz de compensar la destrucción de puestos de trabajo con la creación de nuevos puestos, gracias a la proliferación de las nuevas industrias. Evidentemente, la teoría de Schumpeter requería de una expansión continuada del sistema.

En las fases anteriores a la actual globalización, el sistema era aún capaz de aprovechar su nueva capacidad técnica para la expansión y la depredación de la periferia (apropiación de tierras, inmuebles, recursos naturales, pesquerías, riqueza forestal, esclavización de la población,...), combinando coerción con violencia, según las circunstancias, arrasando los modos de producción precapitalistas, destruyendo sus economías, sus sistemas sociales y políticos (imperialismo).

Con la máquina de vapor, el barco de vapor y el ferrocarril, el capitalismo se lanzó al asalto y el saqueo a mano armada del planeta, disfrazado de colonización civilizadora y ayuda al desarrollo. La otra cara de las revoluciones industriales han sido pues las crisis de sobreproducción, la emigración en masa, el colonialismo y el imperialismo.

La destrucción ya no es creativa


Según Shumpeter, la “destrucción creativa” favorece la concentración monopolista y esto es bueno para el capitalismo. La primera revolución industrial favoreció la aparición de monopolios en los sectores más dinámicos de la economía (acero, carbón, siderurgia, …). Con la segunda revolución industrial y la gran depresión de los años 30, el monopolio avanzó copando múltiples sectores que hasta entonces se le habían resistido. Con la 3ª revolución industrial la concentración monopolista se ha generalizado a todos y cada uno de los sectores de la economía, incluidos sectores (comercio minorista, mensajería, edición de libros/revistas, internet, hostelería, …) que nadie hubiera imaginado hace tan sólo unas décadas.

La hiperconcentración monopolista global significa que el capitalismo ha alcanzado una barrera sistémica interna que ya no puede traspasar. Sin crecimiento, los excluidos por la 3ª revolución industrial ya no van a ser reabsorbidos. La mayoría de la población quedará progresivamente excluida y definitivamente marginada, sin acceso a los revolucionarios logros de la técnica y la productividad.

La misma "destrucción creativa" ha dejado de funcionar.  En las otras revoluciones industriales, las crisis de sobrecapacidad forzaban la desaparición de los menos competitivos, dejando el campo libre para las iniciativas más productivas, modernas y agresivas. Una especie de rejuvenecimiento que favorecía una ulterior expansión del sistema.

En la actualidad, dado el alto nivel de monopolización, la "destrucción" necesaria para el rejuvenecimiento del sistema ya no tiene lugar. Cuando en un determinado sector está repartido entre dos corporaciones (duopolio), no existen firmas marginales susceptibles de destrucción. Cuando ruge la recesión, el duopolio sencillamente deja de invertir, despide obreros y mantiene la sobrecapacidad esperando tiempos mejores.

En estas condiciones, cualquier atisbo de recuperación choca con una infranqueable barrera interna, puesto que "todo" está ya globalizado. La globalización monopolista significa que la expansión ulterior del sistema ya no es posible. Los ferrocarriles derrumbaron el sector del transporte animal, pero esta destrucción se compensó con la inclusión generada por la expansión planetaria del sistema de ferrocarriles. Con la revolución digital y la robotización ya no ocurre lo mismo. Ya no quedan zonas geográficas o sectores vírgenes susceptibles de una ulterior expansión capitalista. La destrucción ya no es creativa, es destrucción a secas, destrucción pura y dura, y las personas excluidas ya no encuentran ni encontrarán colocación dentro de un sistema que ya es global. Incluso los famosos protagonistas de las tecno-utopías, “diseñadores, ingenieros, informáticos, expertos en logística, personal de marketing… ”, acaban también de patitas en la calle.

El capitalismo tiene que expandirse eternamente y en su irracional fuga hacia adelante, además de intentar apoderarse por todos los medios de los últimos recursos gratuitos de la naturaleza, se abalanza sobre los servicios e infraestructuras hasta ahora administradas por los estados en una vorágine imparable de auto- metabolización caníbal. 

Los carteles “se vende” o “se alquila” se eternizarán, para siempre, en la mayoría de los espacios urbanos y polígonos industriales del planeta. Todo aumento de la productividad, todo invento o avance para reducir el trabajo necesario, se convierte en un peligro para la humanidad. La “destrucción creativa” se ha convertido de hecho en “creación destructiva”.

La ilusión de los “nuevos emprendedores” y el fin de las pymes


En todos los casos, las revoluciones industriales crearon la “ilusión” de un mundo mejor, un mundo más fácil y cómodo, en el que el trabajo se iría reduciendo gracias a las mejoras en la productividad.

Con la 3ª revolución industrial, la ilusión consistía en que la informática implicaría nuevas formas del “trabajo inmaterial”, una “sociedad de la información”, con una mayor “autodeterminación” de los trabajadores.

En realidad, la “era de la información” conlleva el desempleo en masa, el subempleo y a la precariedad de las relaciones laborales. La supuesta “autodeterminación” ha conducido a una compulsiva “autoexplotación” en la más pura tradición del “putting out system” (Bimbo convirtiendo a sus transportistas en “empresarios” autónomos). Los supuestos “nuevos emprendedores”, “empresarios autónomos de su fuerza de trabajo”, o “gestores de su propio capital humano”, son en realidad agresivas formas de flexi-explotación que dejan a los trabajadores completamente a merced de las condiciones del capitalismo en crisis.

En la práctica, la esperanza ludópata de la mayoría de los “nuevos emprendedores” es la de descubrir o desarrollar algún recóndito nuevo "nicho de valor”, para abandonar rápidamente la "plataforma del mercado" y  venderlo cuanto antes, por una buena tajada, al monopolista de turno.


¿Nuevas plataformas para las pymes? En un medio dominado por los monopolios, parece que tiene sentido buscarse la vida como suministrador de dichos monopolios montando pymes. Pero suministrar a un único comprador (monopsonio) capaz de dictar precios y condiciones, significa la precarización, la miseria o el cierre, para la mayoría de las pequeñas y medianas empresas cogidas en la trampa. Los mismos monopsonios recomiendan a sus proveedores la fusión y consolidación (economías de escala) para reducir ad libitum sus costes. En lo que respecta a las pymes que pretendan actuar en sectores aún no monopolizados, estos sectores se están reduciendo por momentos, incluso en las más recónditas zonas geográficas y ámbitos más insospechados. La figura del pulpo, con la que los norteamericanos del Oeste denunciaban al monopolio del ferrocarril, se corresponde perfectamente con esta habilidad monopolista de aprovechar y explotar cualquier nicho o recoveco,  perfeccionada por la 3ª revolución industrial.

La terciarización tercermundista


La doctrina económica tradicional vincula el desarrollo de los tres sectores (primario, secundario y terciario) con el desarrollo de las sucesivas olas de avance de la productividad, las revoluciones industriales.

Es evidente que, desde el punto de vista técnico y material, la productividad resultante de la tercera revolución industrial permitiría que la humanidad pasase tan sólo una pequeña de su tiempo en la producción agraria o industrial para ocuparse sobre todo de la formación, educación, asistencia, medicina, cultura, etc.

Las tecno-utopías neoliberales encandilaban con una supuesta terciarización progresista. Las mejoras en productividad se iban a traducir en una “sociedad de la cultura, la educación, de la asistencia y del ocio”, en una sociedad igualitaria que generaría multitud de nuevos “servicios” y nuevos empleos para mejorar la salud, la educación, el medio ambiente, la asistencia a los ancianos y discapacitados, etc.

En la práctica, la primera parte del argumento se está llevando a cabo de forma implacable: cada vez hay menos gente ocupada en los sectores primario y secundario. Pero, el capitalismo nunca va ha permitir que la segunda parte del programa se haga realidad.

En realidad lo que se está imponiendo en el primer mundo es la conocida terciarización de la miseria, habitual en el Tercer Mundo. Un puñado de ejecutivos high-tech, viviendo en barriadas exclusivas, montando en autos y yates de última generación, rodeados de multitudes de sirvientes, guardaespaldas, abogados, cocineros, sastres y criados aduladores, mientras que los trabajadores expulsados del sector industrial y agrícola, han de buscarse la vida en otros sectores cada vez más precarizados o renunciar, sucumbiendo en la exclusión. La polarización social genera una extensa gama de subempleos precarios en los que los expulsados pasan a “servir” a los ricos o a los que aún mantienen sus precarios puestos de trabajo; precarios sirviendo a precarios (criados, chicas de servicio, chóferes, camareros/as, damas de compañía, prostitutos/as, camellos, siervos domésticos, …), según el modelo de la terciarización tercermundista.

Los apóstoles de la terciarización plantean que estos servicios terciarios son portadores del futuro crecimiento del sistema. Pero, en la práctica, la demanda de consumo que puedan pagar estos servicios es cada vez más pequeña, ya que en la 3ª revolución industrial está acabando con la clase media. Las multitudes que fracasan, son excluidas del sistema por los apropiadores cada vez más exclusivos de las ganancias de la productividad. Para miles de millones de seres humanos ya no existe ningún futuro capitalista.

La terciarización socialista


Los revolucionarios neoliberales, hasta hace poco, entonaban estridentes cánticos a la moderna terciarización a la vuelta de la esquina: los gobiernos reduciendo su campo de acción limitándose a establecer reglas claras y un campo de juego nivelado para facilitar el surgimiento de las nuevas empresas terciarias de todo tipo. Hoy día, el peso fatídico de la evidencia empírica ha secado sus gargantas y han enmudecido.

Sin embargo, en la actualidad, con el extraordinario nivel alcanzado por la productividad, la terciarización constituye la única estructuración socioeconómica factible para la mayoría de la población. La posibilidad de una futura sociedad terciaria precisa de una nueva visión del mundo social, frente a un sistema irracional, cuyo absurdo reduccionismo orgánico y mecánico conducen inexorablemente a la catástrofe social y ecológica.

La sociedad agraria premoderna no se basaba en la producción monetaria de mercancías. Por ello, el cambio a la sociedad industrial representó una ruptura con las formas de dependencia personal que fueron reemplazadas por la forma contractual e impersonal capitalista. De la misma manera, el traspaso de la sociedad industrial a la sociedad de servicios exigirá la ruptura con el sistema de producción capitalista y la formación de un orden cualitativamente nuevo y distinto.

8/5/13

Estado del Bienestar en el Este vs Estado del Bienestar en el Oeste


G.M. Tamás: “Lo que me parece más curioso es que la coincidencia en el tiempo de la crisis del Estado de Bienestar – en el Este y en el Oeste - no despertó ningún interés. El imaginario histórico y político estaba paralizado por la irreflexiva aceptación de la afirmación de que los regímenes del bloque soviético debían haber sido "socialistas" ya que es como se definían a sí mismos y es por ello que habían sido combatidos sin descanso por las grandes potencias occidentales.”

Thatcherismo y Consenso de Washington


Durante la década de los 1980s, el avance de la globalización monopolista transnacional se apoyó en la ingente labor del FMI, el Banco Mundial y el Tesoro norteamericano (Consenso de Washington) para destruir cualquier resistencia a la penetración de los monopolios y cualquier aproximación al estado del bienestar en los países en desarrollo. Privatizar, liberalizar, rebajas de impuestos y subsidios para atraer la inversión extranjera (de las multinacionales), crecimiento a partir exclusivamente de las exportaciones (de las multiancionales), crisis de la deuda, planes de ajuste estructural, recortes, polución, destrucción medioambiental, etc. Eran siempre los mismos acordes de la perorata neoliberal, que sonaba por doquier acompañada de las manipulaciones y rallies de los poderosos grupos financieros.

Sin embargo, la nueva doctrina resultaba difícil de imponer sobre lo obreros de los países desarrollados. El mérito de su introducción en Europa fue para la habilidosa Margaret Thatcher.

Tras la II Guerra Mundial, unas 4/5 partes del PIB del Reino Unido era producido por el sector público. A finales de la década de 1940 la mayoría de los servicios públicos y los monopolios naturales eran de propiedad pública a nivel nacional o local. Las minas de carbón, los servicios públicos de agua, gas y electricidad, teléfono, el transporte por carretera y ferrocarril, habían sido nacionalizados. Vivienda pública, medicina pública, la British Petroleum (BP y, las explotaciones petrolíferas del Mar del Norte en manos del gobierno. Adicionalmente, los sectores de automoción, acero y aviones fueron nacionalizados tras ser rescatados de la quiebra.

Al igual que en Chile, la privatización en Gran Bretaña fue una victoria para los monetaristas de Chicago, pero esta vez se llevó a cabo bajo formato democrático. La Sra. Thatcher supo aprovechar las divisiones y corruptelas del campo laborista para desprestigiar a los sindicatos y al sector público y crear un ambiente propicio para la privatización de los monopolios públicos (utilizando los ingresos de su venta para reducir los impuestos sobre los ricos - renta, inmobiliario, finanzas y seguros - y equilibrar las cuentas públicas) y lograr el ansiado objetivo de "flexibilizar" y dejar sin protección sindical a la mayoría de los trabajadores.
Había comenzado el desmontaje del Estado del Bienestar en el Oeste.


La autodisolución del estado del bienestar en el Este


La verdadera naturaleza del Bloque Soviético


G.M. Tamás : “Creo que no puede haber ninguna duda en cuanto a que el 'socialismo real' no fue nunca otra cosa sino un capitalismo de Estado de un tipo peculiar. Era un sistema con producción de mercancías, trabajo asalariado, división social del trabajo, real sumisión del trabajo al capital, el imperativo de la acumulación, dominación de clase, explotación, opresión, conformidad forzada, jerarquía y desigualdad, trabajo doméstico no remunerado, y prohibición absoluta de protesta de los trabajadores (todas las huelgas eran ilegales), por no hablar de una prohibición general de la expresión política. El único problema que queda es, por supuesto, la falta de coordinación de "mercado " y su sustitución por la planificación gubernamental”.

Robert Kurz: "Como burocracias estatales, los partidos obreros marxistas no sólo tuvieron que asumir las tareas burguesas de una forma mucho más enfática de lo que sucediera antes en Occidente; en verdad, paradójicamente, tuvieron que engendrar la clase obrera, como material humano del propio proceso de explotación, por primera vez a gran escala social."...." Se trataba de conquistar el poder estatal, con el fin de instalar una máquina estatal moderna responsable de la industrialización capitalista de Estado, ...; el "comunismo" funcionaba simplemente como rótulo del nuevo impulso modernizador del capitalismo de Estado".

La rápida introducción del “capitalismo de mercado” y la “democracia pluralista” en los países del Centro y Este de Europa, no hubiera sido posible sin la labor "capitalista" previa de las “democracias populares”.

En Europa del Este, antes del advenimiento de los regímenes “comunistas”, predominaba una sociedad agrícola atrasada, basada en anticuados latifundios, un orden político autoritario dirigido, sobre todo, por una casta militar proveniente de la pequeña nobleza empobrecida, propenso a los golpes de estado.

Frente a la amenaza occidental, los "comunistas" promovieron un desarrollo económico industrial acelerado, intentando quemar las etapas que el imperialismo no iba a permitir traspasar. Los elementos básicos de la modernidad (capitalista) fueron introducidos por los planificadores leninistas que, exigiendo un precio extremadamente alto de sangre, sufrimiento, escasez, tiranía y censura, introdujeron la movilidad, la urbanización, la secularización, la industrialización, la alfabetización, la escolarización, las infraestructuras, la familia nuclear, la disciplina laboral y el resto de elementos que caracterizan al capitalismo, en todo un arco de países e imperios precapitalistas.

El sistema de planificación central constituyó una versión alternativa del andamiaje económico proteccionista, necesario para la construcción y defensa de “la industria naciente” capitalista, tanto en la URSS, como en Yugoslavia o en China, justo cuando el capitalismo occidental imperialista se disponía a invadir toda la zona y convertirla en un área neocolonial.

Estado del bienestar en el Este


G.M. Tamás: “ Tampoco puede haber ninguna duda de que el capitalismo de Estado post-estalinista en el bloque soviético y en Yugoslavia (aproximadamente 1956-1989), trató de crear una especie de estado de bienestar autoritario con problemas muy similares a cualquier estado de bienestar en Occidente, ya sea de la variedad socialdemócrata, demócrata cristiana, gaullista o norteamericana (New Deal)”.

El objeto social de cualquier Estado del bienestar - incluyendo el "socialismo real" post-estalinista con el Gulag clausurado - fue el intento de impulsar el consumo a través de la gestión de la demanda contracíclica, para incluir y co-optar a la rebelde clase obrera, a cambio de vivienda asequible, transporte, educación y atención sanitaria, además de vacaciones pagadas, turismo, entretenimiento popular, pequeños lujos a precio moderado, y el utilitario”.


La brutalidad estalinista, convirtiendo a toda la zona en un campo de trabajo forzado, consiguió hacer realidad el sueño modernizador de la frustrada burguesía de la época zarista: la rápida industrialización del imperio. Pero continuar en la senda estalinista, exigía crecientes dosis de terror cuyos zarpazos amenazaban a menudo a la misma nomenklatura. Tras la muerte del dictador en 1953, se produjo una amplia movilización contra el terror y el régimen autocrático. La burocracia descargó toda la responsabilidad en el difunto (“desestalinización”) pero la gente quería más y la burocracia temía perder el control.

La burocracia, que veía cuestionado su papel, cedió en el terreno económico pero enfrentó cualquier intento real de democratización. Los reclusos del Gulag fueron liberados y rehabilitados. Se redujo la enorme diferencia que había entre las rentas de la nomenklatura y el resto de la población. Aumentaron los salarios y las pensiones, se redujo la edad de jubilación, se procedió a la construcción acelerada de viviendas, se redujo de la jornada laboral de 48 a 42 horas semanales y el sábado pasó a ser día no laborable, se estableció el derecho a vacaciones pagadas. Algo parecido a lo ocurrido en España durante las dos últimas décadas de la dictadura de Franco.

Las ventajas para los trabajadores de esta versión "soviética" del estado del bienestar implicaban un trasvase de recursos en detrimento de los emolumentos que la nomenklatura se había reservado hasta entonces. El automóvil dejó de ser un lujo al alcance de unos pocos y se popularizó el uso de electrodomésticos y televisores, al tiempo que las viviendas "comunitarias" (con cocinas compartidas, ... ) dejaban paso a la generalización de las viviendas unifamiliares. Los productos occidentales, anteriormente reservados para el consumo privado de la nomenklatura, empezaron a ser accesibles para un sector creciente de la población.

A finales de los 1950s, la economía parecía más que saludable. El PIB creció a un ritmo del 6% entre 1956-60 (5º Plan quinquenal) con un crecimiento del 80% en el sector industrial superando el ya ambicioso objetivo del plan quinquenal del 60%. La productividad laboral creció en un 62%. Fue la época del lanzamiento del Sputnik que parecía corroborar la supuesta superioridad del sistema soviético.

Globalización monopolista neoliberal y las democracias populares


Getrude E. Schroeder: "Los países socialistas tenían índices de crecimiento del PIB que no diferían significativamente de los de los países de la OCDE (según estudios econométricos de Frederic Pryor en 1985 para el perído 1951-79). Aunque el sector industrial crecía por encima del de los países de la OCDE, el sector servicios quedaba retrasado. En los 1980s el crecimiento disminuyó a una tasa media de crecimiento de sólo el 1,7% anual en comparación al 3% de la OCDE".

Según datos de la CIA (U.S. Central Inteligence Agency) el crecimiento medio del PIB en el conjunto soviético fue del 3,4% anual entre 1951 y 1990 (un 5% entre 1951-1970, un 2,5% en los 1970s, un 2% entre 1980-85 y un 1,5% entre 1986-89). En los años 1950s el crecimiento era del 6% y superaba al de los EEUU. Como resultado, la población soviética experimentó una notable mejora en su calidad de vida (alimentación, calzado, ropa, electrodomésticos, automóviles, viviendas más espaciosas y de mejor calidad, nuevos o mejores servicios, ...)

La enorme ventaja en eficiencia y productividad alcanzadas por el capitalismo monopolista globalizado, junto a la labor de zapa de los gobiernos e instituciones internacionales controladas de pleno por las grandes multinacionales, fue acabando con las “industrias nacientes” de todo el orbe. Sólo resistían dos grandes bloques, el Este soviético y China.

A principios de los 1980s la economía soviética empezó a desacelerarse, con el añadido de la caída del precio de sus exportaciones de materias primas (petróleo, gas, diamantes, oro, …)

La solidez “colegiada” de la clase privilegiada empezó a resquebrajarse y se generalizaron las disputas entre distintos grupos por un pastel que menguaba progresivamente. Aparecieron facciones enfrentadas donde antes había reinado una unidad monolítica. Ministerios, poderes regionales, sectores económicos, agencias territoriales y administrativas, ... empezaron a enfrentarse por el acceso a las rentas y los recursos disponibles, en una compleja red madeja relaciones, alianzas, pactos y clientelas.

Mientras que la nomenklatura china consiguió embarcarse en un proceso más o menos ordenado de privatizaciones, desmantelamiento de su sistema planificado, y progresiva reducción de sus barreras proteccionistas, a cambio de su pretensión de integrarse de pleno derecho en la nueva clase capitalista globalizada, la intentona reformista de la Perestroika/Glasnot, fracasó estrepitosamente convirtiéndose en una caótica desbandada.

En China, la “pautada” penetración del capitalismo neoliberal y el mantenimiento de sectores claves bajo control gubernamental, dio tiempo a la modernización de parte de la industria autóctona y su reconversión en “actores globales” (Lenovo, Haier, Shanghai Automotive, TCL, Huawei, ZTE, Mindray).

Por el contrario, en los países del Bloque Soviético, la privatización y liquidación desordenada de la mayoría de activos públicos, el cierre masivo de empresas, el colapso del comercio local frente a las sofisticadas técnicas de dumping y similares de las grandes cadenas minoristas multinacionales,..., provocaron el desempleo masivo con la consecuente caída en picado de salarios reales, inauditos aumentos de precios, desvalorización de las pensiones, y quiebra de los presupuestos públicos. Casi la mitad del total de empleos se perdió. Miseria e inseguridad, acompañados por la balsámica y novedosa penetración de la cultura comercial, la publicidad, la prensa sensacionalista y la TV basura.

El caos condujo a dos salidas insospechadas para la mayoría:

  • - el criminal-capitalismo: en Rusia y otros países bien dotados en recursos naturales, grupos mafiosos locales, conchabados con antiguos miembros de la nomenklatura, se apoderaron de los antiguos monopolios públicos de las industrias extractivas y energéticas, convirtiéndolos en monopolios privados. (Gazprom, Rosneft, Lukoil, Surgutneftegaz, Norilsk Nickel, RUSAL, Méchel)
  • - la neocolonización en el resto de países y repúblicas menos dotadas, con las empresas, comercios e industrias autóctonas, literalmente barridas por la penetración relámpago de los grandes conglomerados multinacionales.
En medio del caos generalizado, sólo una pequeña fracción de la nomenklatura fue capaz de reciclarse en el orden capitalista globalizado, por lo general, por la vía de la corrupción y el crimen organizado.

La vinculación entre el estado del bienestar en el Este y en el Oeste


G.M. Tamás: “Al mismo tiempo, en la "socialista" Europa del Este había algunas características que recuerdan a los métodos de bienestar corporativo del Sudeste Asiático - colonias de vacaciones de la empresa y hoteles de vacaciones propiedad de la empresa, por lo general gratuitos para los empleados, gestionados por los sindicatos (el acceso era un derecho para todos los ciudadanos), guarderías gratuitas para hijos de los trabajadores - y algunas de las características heredadas de la socialdemocracia europea, pero generalizadas y obligatorias, como las bibliotecas de préstamo bien surtidas y librerías a precio reducido en cada empresa, buenos libros asequibles, entradas para el teatro y el cine (los libros y los boletos solicitados a través de tu sindicato se obtenían a mitad de precio), la discriminación positiva a favor de los jóvenes de la clase trabajadora en las admisiones para la educación superior, la seguridad laboral, alimentos básicos baratos, alcohol barato, tabaco barato, barato y abundante transporte público y fácil acceso para los aficionados a los espectáculos deportivos. La ausencia de la riqueza visible y de ostentación de la clase dominante, junto con la escasez cada vez más recurrente, y una muy reducida posibilidad de elección para los consumidores, el puritanismo sexual, largos períodos de servicio militar, el culto del trabajo duro y una propaganda incesante.”

Los ataques al estado del bienestar del Oeste, iniciados por el thatcherismo y las reaganomics en la década de los 1980s, nunca hubieran alcanzado la profundidad, la aceleración y la sistematización actuales, sin la liquidación previa del estado del bienestar en el Este.

Pero el derrumbamiento de la supuesta alternativa al capitalismo que representaba la URSS dejó a la oposición al sistema sin recursos.

El truco del “capitalismo popular” thatcheriano, (que luego sería exportado con éxito a los países del Este), o la TINA (“There is no alternative”), no hubieran resistido el descontento generalizado tras la experimentación de los primeros resultados del giro neoliberal.

Al thacherismo (reducción de impuestos a los ricos, recortes y privatización en servicios públicos, reducción de los salarios reales, destrucción de los sindicatos, …) le hubiera quedado poco tiempo de vida una vez que se iban haciendo evidentes, en toda su crudeza, las consecuencias de dichas políticas y las crecientes desventajas inducidas sobre la gran mayoría de la población. En 1997, los conservadores fueron desalojados por uno de los márgenes más grandes de su historia. Los votantes protestaban por unos resultados de la privatización acerca de los cuales la Dama de Hierro no les había advertido. Los precios de los monopolios privatizados no disminuyeron sino que aumentaron. Muchos servicios se redujeron, especialmente en las rutas de transporte menos utilizadas. Las privatizadas empresas de autobuses abusaron de inmediato de sus ventajas monopolistas. El sistema privatizado de distribución de agua potable se deterioró rápidamente, mientras que las tarifas de consumo se disparaban (los precios del suministro de agua se incrementaron en un 46% en términos reales durante los primeros nueve años tras la privatización mientras que los beneficios de las operadoras se incrementaban en un 142% ). Los precios de la electricidad privatizada se dispararon para los consumidores residenciales en favor de los grandes usuarios industriales. La desindustrialización, el paro y la precariedad, se instalaron definitivamente en las Islas y los salarios se estancaron. Los recortes de impuestos, financiados por la ola provatizadora, beneficiaron principalmente a los ricos y al final se tradujeron en recortes en los servicios públicos. En la agenda conservadora figuraba ya la venta de Correos, la BBC y el metro de Londres.

La globalización monopolista y su credo neoliberal encontraban fuertes resistencias en casi todas partes, pero iban a contar con una baza fundamental: la autodisolución del estado del bienestar en el Este y la recolonización de China.

El capitalismo monopolista neoliberal no hubiera podido avanzar en sus planes liquidadores en el Oeste, de no contar con el "maná" caído del Este, una masiva mano de obra alternativa, sumisa, formada y cualificada, y unas estructuras industriales y urbanas "capitalistas" suficientemente desarrolladas, para “deslocalizar”, o para que sus amenazas de deslocalización resultaran plausibles.

Para el capitalismo monopolista neoliberal, los años 1990s proporcionaron una oportunidad inesperada e insospechada de “acumulación primitiva”, de la mano de una clase capitalista burocrática de segunda fila que rendía definitivamente todas sus prendas por un penique, esperando, a cambio, su hipotética admisión en el sistema de explotación capitalista global.

Francis Fukuyama podía proclamar "el fin de la historia":  el capitalismo había triunfado definitivamente y acabada la historia. En realidad, el capitalismo había triunfado hacía ya mucho tiempo y los acontecimientos iban pronto a demostrar que de ninguna manera se trataba de un sistema  autoregulado y eterno. La "historia" seguía. A pesar de la absorción del Bloque Soviético y China, el capitalismo monopolista senil necesitaba cada vez más de la ortopedia burbujista  financiera para no pasar a la historia. Se trataba del principio del fin. En 2008 empezaba la 3a Gran Depresión, la Depresión Permanente en la que la supervivencia de la humanidad dependerá, sine qua non, de la superación de la corta etapa capitalista.